¿Por qué nos gusta Millenium, la trilogía de Stieg Larsson, si no es para tanto? En medio del pasmo por el fenómeno que se ha desencadenado en el último año y pico en torno al autor sueco y de la alegría al comprobar que por una vez la literatura emerge como noticia del fangal en que se ha convertido la actualidad, esta fiebre libresca tiene un análisis. Hasta una tesis.
No es frecuente que se vendan 200.000 ejemplares de un libro en un solo día, por mucho que ayude la campaña de marketing hábilmente tendida por la editorial, aunque tampoco es tan raro. Recordemos los lanzamientos planetarios de los harrypotters, que han llegado a comprarse en inglés en la calle Ancha de Cádiz. Otras novelas han alcanzado buenas cifras en tiempo récord, algunas nada fáciles, como Vida y destino, de Grossman. El último libro de Caballero Bonald, por ir al extremo de lo elitista, la poesía, va ya por la tercera edición. De modo que mi primera conclusión es que la literatura vende más de lo que parece, lo que pasa es que por una especie de convención social todo lo cultural -y los libros en especial- se ha convertido en un tabú, en un vicio oculto o hecho vergonzante. «¡Literatura!», le dijo con desprecio Arenas a Griñán en el debate de investidura con intención de desacreditar su discurso.
Pero frente a la cultura de masas, que impone lo light, lo fácil, lo intrascendente, la gente en su propia y privada vida sabe distinguir lo bueno y procurárselo. Escoge disfrutar y leer es un placer, se pongan como se pongan los popes de los media, que ya, dicho sea de paso, están en baja.
Sumergirse en una historia bien tramada, en un mundo reconstruido con precisión, en personajes definidos, es una de las mejores maneras de emplear el tiempo, aparte de otros muchos beneficios para la salud, mental sobre todo. Está claro y vale como punto de partida. Pero sigamos. ¿Por qué esta historia en concreto ha llegado a tantos lectores en todo el mundo?
Para mí que hay un doble motivo de género. Primero, femenino, porque la mayor parte de los lectores son lectoras y en Larsson hay una fuerte conciencia feminista, radical y directa, que conecta con amplios públicos sensibles a los problemas de la condición de la mujer. Su heroína, Lisbeth Salander, encarna un arquetipo con el que muchas pueden sentirse identificada, bien por su lado frágil, bien por emular su fortaleza.
La segunda cuestión sería de género, pero de tipo literario. La novela negra encierra un atávico deseo de resolver un enigma, un reto o un juego del que participa el lector, que se implica así de una manera añadida. Pero además contiene un ansia latente de poner orden en la realidad, de resolver las crisis y encontrar la paz, el equilibrio, la justicia. Que paguen los culpables. Aquí se añade, además, un trasfondo de rebeldía, de crítica implacable, incluso de ira, contra la hipocresía de la sociedad tan normal y civilizada.
Al tiempo, Larsson escribe con una pasión que traspasa el papel y contagia, hasta el punto de hacerse perdonar las debilidades de la trama o del estilo. El lector se convierte en amigo y cómplice, se deja llevar, se abandona en ese tiempo dulce en el que desaparece el mundo alrededor y sólo existe un paisaje de cuento -nieves, lagos, casas de madera, suecos altos y ricos- donde se vislumbra el mal en sus múltiples formas: la violencia contra las mujeres, los sórdidos secretos de familia, la corrupción política, la podredumbre bajo el estado del bienestar.
Larsson abre puertas a más libros, a más y mejores lecturas, que aguardan su momento y su destinatario. Una vida no da para todos, pero sólo por ellos merece la pena vivir.
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